martes, 3 de marzo de 2009

Scherezada



Yo, Scherezade, hube de inventar desmesuras en las noches del sultanato ante la mirada oligofrenica de este sultán gordito e imberbe que solo sabe de alimentos pesados y mujeres pesadas y mancebos pesados...
No me ha resultado difícil captar su atención ya que solamente entona sílabas en su idioma mientras engulle brutalmente. Es un animal como el camello y el dromedario, pero se cree poderoso porque sus subditos, obedientes y casi tan torpes como el, han ido matando una a una a todas las mujeres llevadas a su pestilente presencia.
Yo, Scherezade, poseo en mis labios el terciopelo nocturno de las palabras, froto con ellas el oido poco diestro del sultán, el cual queda preso de arrobamiento y pide más.

Me resulta simple, repito, inventar lo que se me ocurra en el momento y suspender la lluvia orgiástica de cuentos en el instante menos pensado.
Jaja, el gordo sultán queda estupefacto y se arroja sobre las mujeres que suelen deambular en el recinto aromado de tabúes y penumbras.
Lo he visto fornicar sin gracia ni detenimientos y me fué sencillo hacerle creer que estos tres niños bellos hacia los que siento real cariño, son sus hijos.
Los vió tan hermosos y predispuestos como su madre que dijo perdonarme la vida.
Lo que ignora el sultán es que yo, Scherezade, guardo entre mis tunicas bermejas los mas fuertes laudanos y belladonas, el curare mortal con que puedo obsequiarle en medio de la mas sugestiva de las noches: la noche mil.
La que no ha llegado todavía...

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