En la ciudad perdida éramos tan pocos
que cada noche
soñábamos con nuestros vecinos...
Eramos tan frágiles
que en las tardes caíamos como peces
al agua de los cántaros gigantes.
Eramos tan bellos
que la pasión nos rehuía por las noches.
Eramos tan fuertes
que cedíamos a la tentación de las ternuras que el cielo regala a quienes vivimos en ciudades perdidas
donde nadie llega
sin antes dejar la mirada a las puertas de la calle grande.
LA CIUDAD PERDIDA NOS LLAMA EN EL SUENO REVIVIDO.
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